domingo, 9 de octubre de 2011

El evangelio falso del cristianismo carnal

L. R. Shelton, Jr.
1921-2003

Un evangelio falso

En la actualidad prolifera un evangelio falso del cristianismo carnal que ha engañado a muchas almas. La mayor parte del cristianismo de hoy no se ha sometido al señorío de Jesucristo. Estas almas han edificado su casa sobre la arena y, por lo tanto, sucumben fácilmente a esta enseñanza que ha saturado a nuestra nación y a nuestros púlpitos. Por lo tanto, nuestro propósito es exponer el verdadero evangelio y el falso, presentando claramente las advertencias de la Palabra de Dios de que no debemos sembrar para la carne, sino para el Espíritu. Espero que tengas un corazón receptivo y la Biblia abierta al orar que Dios obre en nosotros a través de su Espíritu.
La Biblia nos advierte sobre este falso evangelio en Gálatas 6:7, 8: “No os engañéis; Dios no puede ser burlado: pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará. Porque el que siembra para su carne, de la carne segará corrupción; mas el que siembra para el Espíritu, del Espíritu segará vida eterna”. En mi opinión, esta es una advertencia muy seria para todos nosotros, especialmente en esta época cuando se predica en gran escala el evangelio de una fe fácil y del cristianismo carnal. La realidad es que la mayor parte de la cristiandad está engañada respecto al estado de su alma eterna ante Dios. Lo que sucede es que se predica únicamente la justificación por la fe y se omite el vivir una vida santa. Han convertido la gracia de Dios en lascivia; la actitud de la mayoría ha sido: “Un poco de pecado no hace mal—es que, ¿sabes? no soy más que un ‘cristiano carnal’; además, ¿acaso la gracia no lo cubre todo?”
Santidad requerida por Dios
Pero mi oración es que Dios obre por medio de su Espíritu, y abra los ojos de los ciegos para que vean la tremenda pecaminosidad del pecado, de modo que se arrepientan, porque ésta es nuestra única esperanza. ¡Oh, cómo deberíamos clamar al Señor para que nos muestre la verdad de su Palabra que apele no a nuestros deseos carnales ni a nuestras emociones carnales, sino a aquello que nos despoja de la carne y nos presenta desnudos ante Dios en confesión y arrepentimiento! Debemos clamar a él pidiéndole que obre en nuestro corazón por medio de su Espíritu a fin de que la santidad de pensamiento, palabra y comportamiento caracterice nuestro corazón y nuestra vida.
Esta enseñanza falsa del cristianismo carnal ha saturado a nuestras iglesias de tal modo que a nadie se le ocurre cuestionar su relación con Cristo a pesar de la vida que lleva. Se les enseña que si han creído, eso es suficiente, y, por lo tanto su alma está en paz con Dios. Pero la Palabra de Dios no enseña tal cosa, sino que afirma lo contrario. Leemos en Hebreos 12:14: “Seguid la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor”. Sí, la santidad tiene que caracterizar nuestra vida, “pues no nos ha llamado Dios a inmundicia, sino a santificación” (1 Tesalonicenses 4:7). “Nos escogió en él [Cristo] antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él” (Efesios 1:4). Dice también que él “nos salvó y llamó con llamamiento santo” (2 Timoteo 1:9) .Éste es el mismo que nos ordena como “hijos obedientes, no os conforméis a los deseos que antes teníais estando en vuestra ignorancia, sino, como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir; porque escrito está: Sed santos porque yo soy santo” (1 Pedro 1:14-16).
Nuestro pasaje de Gálatas 6 declara lo mismo. Dios quiere que comprendamos y que no nos dejemos engañar por esta falsa enseñanza, sea lo que fuere que los falsos predicadores y maestros digan al respecto: “Pues todo lo que el hombre sembrare, esto también segará”. Mi amigo, si siembras para la carne, de la carne segarás corrupción. No importa cuántas profesiones de fe hayas hecho o a cuál iglesia pertenezcas ¡no te puedes burlar de Dios! Él no hace acepción de personas. Cada persona que siembra para la carne segará corrupción.
Dios da arrepentimiento
El hombre que siembra continuamente para la carne, nunca ha sido salvo, nunca ha nacido de nuevo. ¿Por qué? Porque por medio de la convicción que da el Espíritu Santo, Dios nos concede la gracia para arrepentirnos, y con este arrepentimiento aprendemos a odiar el pecado, aborrecerlo, a despreciar a nuestro “yo” y a huir por fe a Cristo para ser liberados del pecado. Sabemos que el pecado no ha sido erradicado, porque sigue siendo una plaga en nuestra vida, pero el pecado no es ya la práctica de nuestra vida ni lo que la gobierna. No podría ser así porque el alma que Cristo salva ha recibido en su interior una naturaleza nueva y un corazón nuevo. Y ahora anhela las cosas santas y anda en el camino de justicia. Reconoce que esto es cierto porque el Espíritu Santo ha obrado en él las verdades que se encuentran en la Palabra de Dios. Lee en Ezequiel 36:26 acerca del corazón nuevo que Dios le ha dado, y en 2 Pedro 1:4 sobre la nueva naturaleza que ha recibido. Se entera por 1 Juan 3:9 que ha nacido de Dios, y que el que ha nacido de Dios, no hace del pecado la costumbre ni la práctica de su vida. ¿Por qué? Porque su semilla (la semilla de Dios) permanece en él, y ya no puede practicar el pecado. Oye decir a la Palabra: “No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él (1 Juan 2:15). Porque el Espíritu Santo por medio de su obra le ha enseñado que es un pecador perdido que sólo merece el infierno, que por haberse postrado a los pies de Dios con arrepentimiento, y por haber acudido a Cristo por su fe en Cristo como su Señor y Salvador y por haber reconocido que sus pecados también crucificaron a Cristo, ya no quiere tener nada que ver con el mundo. El amor de Dios ha sido derramado en su corazón por la obra del Espíritu Santo en él.
Además, aprende bien que “todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne [el deseo de entregarse a los placeres]... no proviene del Padre”, y, por lo tanto, lo aborrece y clama en su contra porque es lo que crucificó a Cristo. Aprende que “la vanagloria de la vida [el deseo de acapararse toda la atención]... no proviene del padre, sino del mundo”. Es decir, del sistema satánico del mundo del pecado, y, por lo tanto, lo aborrece y clama en su contra porque es lo que crucificó a Cristo. También aprende que “el mundo pasa y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre” (vv. 16, 17). Por lo tanto, desea por gracia, hacer la voluntad de Dios la cual es andar “en la justicia y santidad de la verdad” (Efesios 4:24).
Una naturaleza nueva
Puesto que Dios concede a cada pecador que salva un corazón nuevo y una nueva naturaleza, y pone su Espíritu Santo dentro de él para guiarlo a toda la verdad, ese pecador redimido ahora escudriña la Palabra de Dios, no para buscar pasajes que justifiquen sus pecados sino buscar las palabras que le adviertan sobre el pecado y le muestren cómo huir del pecado a Cristo. Lee en Romanos 8:6: “Porque el ocuparse de la carne es muerte, pero el ocuparse del Espíritu es vida y paz”, así que comienza a clamar al Espíritu Santo para que lo libre de una mente carnal y le dé una mente espiritual de vida y paz en Cristo. No, no procura ver lo cerca que puede caminar del mundo y del pecado, sino que procura caminar cerca de Dios en Cristo por medio de su Espíritu.
No escudriña la Palabra de Dios para encontrar los pecados de los demás a fin de justificar los propios, sino que los toma como advertencias para no cometer los mismos errores que otros han cometido y los han llevado al fracaso.
El hombre o mujer, niña o niño redimido por Dios quien recibe de él vida eterna en Cristo Jesús, presta atención a estas palabras de Colosenses 3:2-5: “Porque habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Cuando Cristo, vuestra vida, se manifieste, entonces vosotros también seréis manifestados con él en gloria. Haced morir, pues, lo terrenal en vosotros: fornicación, impureza, pasiones desordenadas, malos deseos y avaricia, que es idolatría.” Si es así, ¿cómo puede alguien justificar una vida carnal? Es imposible hacerlo. Porque debido a lo que Cristo ha hecho por él, y porque la vida de Cristo es ahora su vida, esta alma redimida ahora quiere hacer morir las cosas de la carne, a fin de poder sembrar para el Espíritu y andar según el Espíritu. Querido amigo, éste es el modo como Dios obra en nuestra alma—yo lo sé bien: sé cuál es la diferencia entre el cristianismo carnal y la vida que se vive por la fe en el Dios vivo a través del Espíritu Santo, porque he vivido ambas. La única diferencia entre el cristiano carnal y yo es la gracia de Dios y ¡lo alabo por ella!
Por lo tanto, cuando el alma redimida oye la Palabra de Dios: “Haced morir, pues, lo terrenal en vosotros: fornicación, impureza, pasiones desordenadas, malos deseos y avaricia, que es idolatría”, y “Pero ahora dejad también vosotros todas estas cosas: ira, enojo, malicia, blasfemia, palabras deshonestas de vuestra boca. No mintáis los unos a los otros, habiéndoos despojado del viejo hombre con sus hechos, y revestido del nuevo, el cual conforme a la imagen del que lo creó se va renovando hasta el conocimiento pleno” (Colosenses 3:5, 8-10). Así es que su anhelo es tener a Cristo y su vida para poder andar en el camino que agrada a Dios en lugar de andar tras el pecado, porque ha nacido del Espíritu de Dios y tiene un corazón nuevo.
En Colosenses 3:6, el Espíritu Santo nos da otra razón por la cual debemos andar en el Espíritu y no en la carne. Dice que no debemos andar en las “cosas por las cuales la ira de Dios viene sobre los hijos de desobediencia”. Sí, los que andan por ese camino de desobediencia a la voluntad revelada de Dios, se encontrarán bajo su condenación e ira.
Después de la salvación, viene una vida santa
Amigo mío, ¡no quiero que te dejes engañar! Una vida santa, una siembra para el Espíritu, tiene que resultar de la salvación que Dios brinda en Cristo, de otro modo, no es una salvación de Dios, porque Cristo vino a salvar a su pueblo de sus pecados, y no en sus pecados (Mateo 1:21). Una vida santa, una siembra para el Espíritu, tiene que resultar de la salvación que Dios nos da en Cristo, de otro modo, el propósito de Dios al salvarnos no se cumple, y eso no puede ser. ¿Acaso no hemos leído que Dios nos ha escogido en Cristo antes de la fundación del mundo “para que fuésemos santos y sin mancha delante de él” (Efesios 1:4). No podemos frustrar los propósitos de Dios hacia su pueblo. Escucha otra vez esta afirmación definitiva y positiva: “Pues no nos ha llamado Dios a inmundicia, sino a santificación” (1 Tesalonicenses 4:7). Sí, una vida santa tiene que ser el resultado de la salvación que Dios da en Cristo, de otra manera la voluntad de Dios quedaría descartada, y esto no puede ser “pues la voluntad de Dios es vuestra santificación” (4:3). Santificación es ser separado del pecado por la obra progresiva del Espíritu de Dios en tu corazón y en tu vida.
Además, una vida santa, una siembra para el Espíritu, tiene que resultar de la salvación que Dios brinda en Cristo, de otro modo la gracia de Dios no reinaría en la vida del creyente, y esto no puede ser, porque leemos en Tito 2:11, 12: “Porque la gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los hombres, enseñándonos que, renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente”. Quiero que prestes especial atención a estos versículos, y pido al Señor que el Espíritu Santo los grabe en tu corazón. Cuando se manifiesta la gracia de Dios que nos da salvación, nos enseña a todos lo mismo. Y ¿qué es lo que nos enseña? Nos enseña a negarnos a nosotros mismos. ¿En qué sentido? En el sentido de rechazar al mundo y abstenernos de toda impiedad y lascivia del mundo porque aborrecemos el pecado, a Satanás, a nuestro propio yo y al mundo de iniquidad. “Todos” los hijos de Dios aprenden esta lección, no meramente algunos. “Todos” ellos son enseñados por el Espíritu Santo a aborrecer el pecado y a negarse a sí mismos. Si falta en la vida este negarse a uno mismo y odiar el pecado, también falta la salvación de Dios (Juan 16:13, 15; Isaías 54:13).
Pero el pasaje en Tito no se limita a darnos lo negativo; el Espíritu Santo nos manifiesta además, que la gracia de Dios nos da salvación, nos enseña algo positivo también, o sea: cómo vivir sobria, justa y piadosamente. ¿Dónde? ¿En el cielo? ¡No! Aquí mismo, en este mundo de maldad del presente, aquí en nuestro propio hogar, en nuestro trabajo o dondequiera que andemos. Porque, por medio de su gracia, el Señor nos ha librado del presente siglo malo (Gálatas 1:4).
Recuerda esto: el mismo Espíritu Santo enseña a todos los hijos de Dios las mismas lecciones. ¿Cuáles son? Nos enseña a rechazar y renunciar a toda impiedad y a todos los deseos desordenados; y también nos capacita para vivir una vida sobria, moderada y disciplinada en una manera piadosa y recta (Tito 2:12). En otras palabras, nos enseña cómo vivir una vida espiritualmente sana controlada por él, aquí en este presente siglo malo.
El evangelio falso –no tiene poder sobre el pecado
¿Cómo difiere todo esto del evangelio que se predica en la actualidad, un evangelio que no produce un corazón nuevo ni una naturaleza nueva; un evangelio que no vence el poder del pecado, sino que, en cambio, le permite a uno vivir en el pecado; un evangelio que meramente es como una póliza de seguro contra el infierno pero que ignora la santidad del pensamiento y del comportamiento; un evangelio que permite la entrega a los placeres de la carne y no pone ninguna restricción sobre la pasión, el orgullo o el corazón malo? ¡Esto no es evangelio, sino falsedad! Lo llamo falso porque dice que lo único que uno tiene que hacer es declarar las cuatro leyes espirituales, y creer en un Jesús histórico, por lo cual, al partir del momento en que “cree”, es salvo para siempre sin importar lo que haga.
¿Sabes que la persona promedio afirma haber hecho una profesión de fe a los 6, 8, 12, o 15 años, pero que luego la fue llevando la corriente del pecado, y que después de unos 10 años volvió y dedicó su vida nuevamente al Señor, y que ahora se dedica a la obra religiosa? De este grupo procede la gran mayoría de nuestros misioneros, maestros y pastores, quienes ignoran por completo lo que es un arrepentimiento de corazón o lo que significa presentarse delante de Dios como un pecador culpable y perdido. Si te encuentras entre este grupo, quiero decirte con mucho amor que has confundido el llamado a la salvación –acudir a Cristo como un pecador culpable, necesitado y perdido-- con el llamado al ministerio! Yo sé que esto sucede porque he oído tantos testimonios de esta clase. ¡Y me ha sucedido a mí! Yo confundí el llamado a la salvación por el llamado al ministerio, y sólo por la gracia de Dios fui vivificado para ver que había pasado por alto el verdadero arrepentimiento y fe, y que todavía me encontraba en la hiel de la amargura y en la esclavitud de la iniquidad.
Por lo tanto, proclamo hoy que no me avergüenzo del evangelio de Cristo: porque el evangelio es el poder de Dios para salvación a todo aquel que cree (Romanos 1:16). Esta salvación es la liberación del poder del pecado, cuya experiencia he tenido por medio de la gracia de Dios en Cristo, y, querido amigo, alabo al Señor porque Romanos 6:18 es cierto: “libertados del pecado, vinisteis a ser siervos de la justicia”, o sea, siervos del que nos ha librado de la ley del pecado y de la muerte (Romanos 8:2).
Bien lo expresó C. H. Spurgeon:
Cada criatura se reproduce según su especie: la vieja naturaleza sigue produciendo y diseminando su multitud de pecados; no está reconciliada con Dios, ni puede estarlo, y, por lo tanto, sus pensamientos y sus acciones son de rebelión y odio contra Dios. En cambio, la nueva naturaleza “no puede pecar porque es nacida de Dios”. Tiene que producir su fruto de santidad, porque ella misma es santidad. En el nido de palomas, esperamos que sólo nazcan palomas. La vida celestial engendra aves del paraíso, tales como pensamientos, deseos y hechos santos, y no puede producir aves inmundas como la lascivia, la envidia o la malicia. La vida de Dios infundida por medio de la regeneración es tan pura como el Señor por quien fue engendrada, y nunca puede ser de otra manera. ¡Bienaventurado el hombre que cuenta con este principio celestial en su interior, porque se manifestará en su vida para abundar en santidad para la gloria de Dios! Querido lector, ¿tienes esta semilla divina dentro de ti, o permaneces aún bajo el dominio de una naturaleza corrupta? Esta pregunta merece una respuesta reflexiva e inmediata.