domingo, 9 de octubre de 2011

Muerte al yo y al pecado

L. R. Shelton, Jr.
1921-2003

“No os engañéis; Dios no puede ser burlado: pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará. Porque el que siembra para su carne, de la carne segará corrupción; mas el que siembra para el Espíritu, del Espíritu segará vida eterna” (Gálatas 6:7, 8).

Cuidado con ese evangelio falso que deja al hombre seguir en sus pecados y sembrar para la carne y, no obstante, le ofrece la esperanza de llegar al cielo. Cuidado con ese evangelio falso que sólo vende una póliza contra las llamas del infierno pero no da ningún poder sobre el pecado. Cuidado con ese evangelio falso que deja que uno siga en su vida carnal y no exige la muerte de su naturaleza carnal. Cuidado con ese evangelio falso que permite una religión sin vida, o una profesión de fe sin la posesión de la fe. Cuidado con ese evangelio falso que hace creer que hay dos caminos al cielo, y no el único camino que nuestro Señor describe en Mateo 7:13, 14 como “el camino angosto”. Lo que sucede es que este evangelio falso abre un segundo camino, el camino del cristianismo carnal – “camino que parece derecho al hombre, pero su fin es camino de muerte” (Proverbios 16:25). ¡A la carne le encanta, pero es un camino que lleva al infierno!
¿Un compañero amistoso?
Vuelvo a repetirlo: cuidado con ese evangelio falso que se predica en la actualidad, que no exige nada, sino que muestra un camino fácil a la salvación (que no es más que el camino más corto al infierno). Este evangelio falso no se opone a la carne, sino que es “un amigo”, y, comprendido correctamente, es la fuente de mucha diversión buena y limpia y placeres inocentes. Nos deja vivir sin interferencias, nunca nos cambia la vida; sigue dejándonos vivir disfrutando de nuestros placeres, pero ahora, en lugar de cantar en la cantina y beber licor, nos deleitamos en cantar coros y ver películas religiosas. Sigue habiendo un énfasis en pasarla bien, pero ahora nos divertimos a un nivel más elevado tanto moral como intelectualmente.
Este evangelio falso promueve un tipo de evangelismo nuevo y distinto. No procura dar muerte a la vida pecaminosa antes de brindarle la nueva vida en Cristo, sino que lo manda recibir la nueva antes de hacer morir la vieja. Así que sólo intenta encaminar al pecador en una nueva dirección. Lo encamina a una manera de vivir alegre, en la que puede mantener su amor al “yo”. Este evangelio falso le dice al hombre seguro de sí mismo: “Ven y muéstrale tu seguridad a Cristo”. Al egotista le dice: “Ven, jáctate en el Señor” y, al que siempre anda en busca de una nueva emoción, le dice: “Ven y goza de la emoción del compañerismo cristiano”. Intenta echar vino nuevo en odres viejos, pero ¡esto no puede ser! Lo viejo tiene que ser derribado antes de que lo nuevo pueda ser edificado.
El significado de la cruz
Como ves, a este evangelio falso del cristianismo carnal se le pasa completamente por alto el significado principal de la cruz, el cual es la muerte. Pero el evangelio de la gracia de Dios en Cristo, que es poder de Dios para salvación, exige la muerte, la sepultura y la resurrección de ti, pecador, en Cristo. Presenta la cruz de Cristo como el final repentino y violento de todo lo que eres por naturaleza, y te resucita a una vida nueva en Cristo con las cadenas del pecado ya rotas. Pone fin a tu orgullo y ambición, y te deja a los pies de un Dios Santo implorándole misericordia.
El verdadero evangelio de Dios te dice que debes tomar la cruz de Cristo, y despedirte de tus amigos y del mundo, porque ya no vuelves como la misma persona. No te dice que dará una nueva dirección a tu vida, sino que vas al lugar de muerte. Hebreos 13:13 dice: “Salgamos, pues, a él, fuera del campamento, llevando su vituperio”, porque allí es donde morimos al mundo. El propio Señor Jesús dice en Lucas 14:27: “Y el que no lleva su cruz y viene en pos de mí, no puede ser mi discípulo”. Tenemos que morir al mundo y a todos sus placeres y atracciones, tal como nos dice Gálatas 6:14: Por medio de la cruz de Jesucristo “el mundo me es crucificado a mí, y yo al mundo”.
¿Sabías que los dos ingredientes que componen la sal casera que usamos todos los días, son un veneno mortal si se consumen por separado, y que pueden causar la muerte? Pero cuando se combinan, se convierten en una bendición en la forma de sal, la cual purifica, da sabor, preserva y es usada de tantas maneras diferentes. ¡Es lo mismo con el verdadero evangelio, el evangelio de la gracia de Dios! ¡Podemos predicar a Cristo y su sangre para el perdón de los pecados, engañando al pecador, si no le contamos que la muerte de Cristo significa la muerte también para él mismo y sus costumbres, y la muerte al pecado! Si no incluimos todos los ingredientes en el mensaje que predicamos, lo que predicamos se convierte en un veneno mortal para su alma, que lo condena en lugar de salvarlo.
¡Nada de compromisos!
Esta doctrina o evangelio del cristianismo carnal (que ni es un evangelio) se ha extendido por toda la cristiandad en la actualidad, y no contiene ese ingrediente que es el arrepentimiento. Es el ingrediente que causa que aborrezcamos al pecado, mostrándonos que el poder del pecado debe ser roto, y que Dios, por su Espíritu, no sólo nos justifica sino que también nos santifica cuando la salvación es auténtica. La justificación y la santificación son las dos caras de una misma moneda, y cuando Dios nos justifica ante sí mismo en Cristo mediante su sangre, también nos santifica, es decir, nos separa para su uso, y nos hace andar en sus caminos.
Así que el verdadero evangelio de Cristo no se compromete con el pecado. Exige realmente arreglar cuentas con Dios o perecer. Dice: “Sométete pecador, sométete al Dios santo y soberano con un corazón arrepentido, sométete, a Cristo con fe, confiando sólo en él para ser salvo”. Y debes abandonar todos los pecados, tienes que renunciar a todos tus pecados, arrepentirte de todos tus pecados, y aborrecer todo pecado. Tienes que morir al mundo, y el mundo a ti. Tienes que dejar a un lado tus pecados y a ti mismo. De otra manera, nunca podrás conocer a Cristo en una auténtica experiencia de salvación. El evangelio de la gracia de Dios en Cristo Jesús no te permitirá encubrir, defender o excusar ningún pecado, porque cuando el poder convencedor del Espíritu Santo obre en tu corazón, morirás al pecado y a ti mismo; y luego Cristo, con su gran poder, el poder del evangelio, te resucitará a una vida nueva. Esta será su vida en ti, y serás una nueva criatura en Cristo.
Por lo tanto, querido amigo, no procures ponerle condiciones a Dios, porque mereces ser arrojado al infierno, pero por causa de Cristo, Dios puede tener, y tendrá, misericordia de ti si acudes a él como un pecador que sólo merece el infierno, y renuncias a tus pecados y vuelves a Dios, y te apartas de ellos con un arrepentimiento auténtico y sincero. Esta es tu única esperanza de salvación en Cristo, o sea, acercarte a él como un hombre condenado, implorándole que te quite la vida o te salve por causa de Cristo. Ven a él con la cabeza baja tal como eres, un pecador perdido, porque él vino a “salvar lo que se había perdido” (Lucas 19:10).
El verdadero evangelio de Cristo no sólo se niega a comprometerse con el pecado, sino que tampoco da lugar a un camino intermedio, o uno que tiene algo del camino ancho y algo del camino angosto. ¡Esto no existe! Porque cuando acudes a Cristo para librarte del castigo del pecado en el infierno por medio de su obra en la cruz (y esto es justificación), también te acercas a él por tu necesidad de librarte del poder y del dominio del pecado en esta vida (y esto es santificación). La misma naturaleza de la fe que incluye al Cristo completo, requiere que no se separe la justificación de la santificación. Porque Cristo mismo –su Persona misma-- es nuestra salvación y esperanza de gloria, y no se puede dividir a la Persona de Cristo. Nadie puede llamarle Señor sino por el Espíritu Santo (1 Corintios 12:3), y no podemos conocerlo como Salvador sin conocerlo como Señor que rompe el poder del pecado y nos pone en libertad. Como nos dice Juan 8:36: “Así que, si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres” –¡libres del pecado! Por la salvación de Dios morimos al pecado y al dominio de su poder (Romanos 6:2).
Hemos muerto al pecado
¡Qué trampa tan sutil ha tendido Satanás a la vasta mayoría de la cristiandad en la actualidad! Es tan sutil que muchos han sido engañados y no pueden ver que lo han sido, piensan que es posible ser salvos sin que el poder del pecado sea roto en sus vidas (el dominio de su poder). Creen que pueden vivir en la carne y sembrar para la carne. ¡No obstante, se sienten muy seguros en cuanto a su alma eterna por el hecho de haber tomado la decisión de seguir a Cristo y estar viviendo lo mejor que pueden! Pero escucha lo que dice Romanos 5:19-21: “Porque así como por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno, los muchos serán constituidos justos. Pero la ley se introdujo para que el pecado abundase; mas cuando el pecado abundó, sobreabundó la gracia; para que así como el pecado reinó para muerte, así también la gracia reine por la justicia para vida eterna mediante Jesucristo, Señor nuestro”. Esto es lo que te he estado presentando: que cuando Dios nos salva, rompe el dominio del pecado, y entonces la gracia reina. ¿Cómo? Por medio de la justicia, y no aparte de ella, para que, por la gracia de Dios, podamos andar en la justificación y en la santidad auténticas.
Lo que sucede, mi amigo, es que este falso evangelio del cristianismo carnal ha saturado tanto a nuestras iglesias en la actualidad que nadie cuestiona su relación con Cristo, porque se le enseña que el creyente puede seguir viviendo según la carne, sembrar para la carne, y tener esperanza de ir al cielo cuando muera. Pero esta es una mentira que procede del infierno, porque, como te he mostrado, la Palabra de Dios enseña algo muy distinto. Según los versículos que hemos leído en Romanos 5, vemos que cuando la ley comienza a convencernos de qué terrible, culpables y ofensivos son nuestros pecados delante de Dios, descubrimos que el pecado abunda y reina en nuestro corazón y nuestra vida, y clamamos a Dios pidiendo misericordia. Cuando Dios nos salva en Cristo, nos da su nueva naturaleza, y envía su Espíritu para morar en nosotros; su gracia abunda y reina en el corazón y en la vida de su hijo redimido.
Romanos 6 comienza con la pregunta “¿Qué, pues, diremos? ¿Perseveraremos en el pecado para que la gracia abunde?” El versículo 2 da la respuesta: “En ninguna manera”. ¡Claro que no! ¡Imposible! ¡Ni lo pienses! Porque “los que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos aún en él?” Si hemos sido librados del castigo y del poder del pecado, ¿seguiremos viviendo en él? ¡No! Porque hemos muerto al pecado.
Antes de continuar definamos la palabra “muerto”, porque “morir, muerto y muerte”, aparecen 14 veces aquí en Romanos 6. Entonces, ¿qué significa? Las Escrituras se refieren a la muerte física como la separación del individuo de su cuerpo físico, mientras que la muerte espiritual es la separación del individuo de la vida de Dios en la salvación. Entonces, lo que el Espíritu Santo nos está diciendo aquí es que hemos muerto de una vez para siempre al pecado –hemos sido separados del pecado como el soberano reinante en nuestra vida –y que ahora el principio de la gracia reina, y reina como soberano. Por lo tanto, andamos en una vida nueva (v. 4) y el poder del pecado está roto, y nunca más volveremos a estar bajo su dominio. ¿Por qué? Porque el poder de la gracia abunda mucho más, y, por consiguiente, éste es el verdadero evangelio: el evangelio de la gracia de Dios en Cristo.
“Entonces, ¿qué?”, vuelve a preguntar, “¿Pecaremos, porque no estamos bajo la ley, sino bajo la gracia?” Y nuevamente contesta: “En ninguna manera”. Porque, siendo lo que somos –pecadores justificados, lavados por su sangre y purificados-- ¿cómo podemos nosotros, que hemos muerto al pecado, continuar viviendo en él? La respuesta es que no podemos, porque, como nos dice Tito 2:11, 12, la gracia de Dios que reina ahora, nos enseña a renunciar a la impiedad y a los deseos mundanos y a vivir sobria, justa y piadosamente en este siglo presente.
La línea fina de separación
Pero aunque podemos ver claramente en estos versículos de Romanos 5:20, 21 y 6:1, 2 que el verdadero cristiano, el auténtico hijo de Dios, ha muerto tanto a la culpa del pecado y su castigo como al poder del pecado y su dominio en el corazón humano, es justamente en este detalle tan delicado que se divide la cristiandad en la actualidad. Porque aquí es donde Satanás ha entrado con esta enseñanza cristiana carnal que sostiene que: “En el momento en que el hombre hace una profesión de fe en Cristo, es salvado de la culpa y del castigo del pecado. Pero el poder del pecado no ha sido roto, de manera que necesariamente continuará viviendo en pecado, y el pecado seguirá reinando en su vida”. Una vez más debo protestar y proclamar lo que la Palabra de Dios enseña: que, en la salvación, Dios quita tanto el castigo del pecado como su dominio (su poder). Sí, es cierto que el creyente todavía tiene pecado en la carne, pero éste ya no reina sobre él ni lo domina. Si en verdad es un creyente auténtico dirá: “He muerto al dominio del pecado, porque ahora el pecado no tiene dominio sobre mí, porque ahora el principio de la gracia y no del pecado reina en mi corazón y mi vida”. Entonces vemos nuevamente que esto es lo que el poder del verdadero evangelio de Cristo hace por nosotros: nos libera y nos pone en libertad en Cristo.
Escúchame, por favor. O estamos bajo el reinado del pecado en Adán, y, por lo tanto, perdidos, o estamos bajo el reinado de la gracia en Cristo y, por lo tanto, salvos. ¡No hay un camino intermedio como el cristianismo carnal! Si el Espíritu Santo, por medio de su omnipotencia, no nos ha sacado del dominio del pecado, estamos perdidos para siempre. Pero esto es sólo lo negativo; hay que hacer algo más. El mismo Espíritu Santo tiene que también trasladarnos al reinado de la gracia, y esto es lo que realiza en la salvación: porque conocemos su poder, su fuerza, su potencia y su influencia dinámica sobre nuestra vida cuando reina en nuestro corazón y vida mediante la justicia. Te advierto, mi querido amigo, ¡no te dejes engañar! Si siembras para tu carne, de tu carne segarás corrupción y condenación eterna. Pero si siembras para el Espíritu, del Espíritu segarás vida eterna en Cristo por medio de su gracia (Gálatas 6:6-8). ¡No te dejes engañar!