lunes, 10 de octubre de 2011

¿Por qué debe el cristiano morir al pecado?

L. R. Shelton, Jr.

1921-2003

“Porque los que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos en él?” (Romanos 6:2). Ya hemos visto que todo el capítulo 6 de Romanos presenta la gloriosa verdad de la muerte del creyente al pecado y, por lo tanto, la liberación de su dominio, de su tiranía, de su reinado y de toda su influencia. Creo que la clave que nos comunica esta verdad se encuentra en Romanos 5:21: “Para que así como el pecado reinó para muerte, así también la gracia reine por la justicia para vida eterna mediante, Jesucristo, Señor nuestro”. En el Señor Jesucristo, en cuya muerte fuimos bautizados, somos librados totalmente del pecado y de su poder.

Presta atención porque vamos a volver a enfatizar esta gran verdad eterna: El cristiano es uno que está en Cristo. Por el hecho de estar en Cristo, ha muerto con él, ha sido sepultado con él, ha resucitado con él, en él está vivo para Dios. Y debido a esta identificación con Cristo, el pecador arrepentido creyente, ha sido liberado del pecado –ha muerto al pecado.

¿Cómo hemos muerto al pecado?

Ahora surge la pregunta: “¿En qué sentido el creyente en Cristo ha muerto al pecado, habiendo, por lo tanto, sido librado de él?” Las Escrituras son claras al decir que no estamos libres de la influencia del pecado, y nos dice que el pecado influye sobre nosotros porque todavía tenemos pecado en la carne (Romanos 7:15, 19; 8:10). Ni tampoco estamos todavía muertos a la presencia del pecado (Romanos 7:21), ni lo estaremos hasta recibir nuestro cuerpo nuevo en la resurrección. Ni estamos libres de los efectos del pecado en esta vida, porque Romanos 7:24 y el Salmo 51:2 nos dicen que el pecado aún nos afecta, sigue siendo la plaga de nuestro corazón. Nuestro Señor nos enseñó a orar: “Perdónanos nuestros pecados” (Lucas 11:4), y nos ha dado 1 Juan 1:9 como nuestro confesionario y el Trono de Gracia al cual acudir (Hebreos 4:6) para hallar gracia en nuestra hora de necesidad.

¿En qué sentido estamos muertos al pecado? Las Escrituras enseñan claramente que estamos muertos al pecado como un amo que ejerce autoridad sobre nosotros, porque Cristo es nuestro Señor, y donde antes reinaba el pecado para muerte, reina ahora la gracia por la justicia (Romanos 5:21). Estamos muertos al pecado, con respecto a su culpabilidad, el pecado no nos puede condenar, pero estamos vestidos de la justicia de Cristo, lavados por la fe en su sangre, y nos presentamos delante de Dios completamente justificados de todo pecado. Nuestros pecados le han sido imputados a Cristo (Romanos 4:8). “Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús” (Romanos 8:1). “¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica. ¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió, más aún, el que también resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros”. Lo repetimos: vemos que ya no seguimos la corriente de este mundo (Efesios 2:2), como lo hacíamos cuando andábamos en tinieblas, sino que ahora somos luz y andamos como hijos de luz (Efesios 5:8). Ahora ya no consideramos el pecado como un amigo, sino un enemigo; ahora como hijos de Dios deseamos vivir según el Espíritu, y no según la carne.

No he dicho que creo que la Biblia enseña la perfección sin pecado, ni la erradicación de la vieja naturaleza en el creyente. Tampoco he afirmado que el creyente puede vivir sin pecado en esta vida, porque esto no es lo que la Biblia enseña. Lo repito: (1) El pecado ya no es nuestro señor, porque Cristo es nuestro Señor, y la gracia reina en nuestro corazón. (2) Estamos muertos a la culpabilidad del pecado, porque no hay ninguna condenación para los que están en Cristo Jesús. (3) Estamos muertos al pecado como manera de vivir porque ya no andamos en oscuridad sino en la luz del Señor. (4) Estamos muertos al pecado porque ya no es nuestro amigo, sino nuestro enemigo. Por la gracia de Dios huimos del pecado.

¡Y esto es algo que hace Dios por cada alma que salva! Nunca debemos olvidarlo porque en esto radica nuestra esperanza, nuestra paz, nuestra seguridad y, sí, nuestra salvación que hemos recibido gratuitamente en el Señor Jesucristo.

Por favor no te canses de que siga repitiendo estas verdades de la gracia, porque lo hago por tu bien. Primero, para que, si eres realmente salvo, puedas saber lo que tienes en Cristo y te regocijes en él; o, si has sido engañado por el evangelio falso del cristianismo carnal, puedas, por la gracia de Dios, escapar del lazo del diablo (2 Timoteo 2:25, 26).

“Yo en ellos, y tú en mí”

¿Puede uno ser un cristiano justificado, y, no obstante, no ser libre del pecado? ¿Hemos de esperar esta libertad en alguna experiencia futura? ¿Podemos justificarnos diciendo, como dicen algunos: “Bueno, no soy yo, sino mi vieja carne la que peca”? ¿Podemos aceptar a Jesús como Salvador ahora y a la vez rehusar someternos a él como Señor hasta algún momento en el futuro? ¡Esto no puede ser! Tales enseñanzas no pueden estar en lo cierto por causa de nuestra unión con Cristo: en todo lo que él es, por todo lo que ha hecho y por todo lo que hace por nosotros en la actualidad. Los hijos de Dios se han identificado con Cristo, se han unido a él en una unión inmutable e irrompible. Nuestro bendito Señor se interesa profundamente en esta unión. Lo comprobamos al leer su oración como nuestro sumo sacerdote: “Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno; como tú, oh Padre en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste... para que sean uno, así como nosotros somos uno. Yo en ellos, y tú en mí, para que el mundo conozca que tú me enviaste, y que los has amado a ellos como también a mí me has amado” (Juan 17:20-23). De modo que vemos que nuestro Señor oró por esta unión con su pueblo, el cual él adquirió en la cruz, y que esta oración ha sido contestada, porque en la salvación somos uno en Cristo, ¡y él nos ha capacitado para perseverar hasta el fin en esa gracia y esa fe otorgada gratuitamente hasta el fin!

Lo repito. Las Escrituras declaran que esta unión procede de Dios nuestro Padre: “Por él estáis vosotros en Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación, santificación y redención” (1 Corintios1:30).Efectivamente, fue el propósito y el plan del Padre desde la eternidad, el Hijo lo pidió en oración y lo compró en la cruz. Y 1 Corintios 12:12, 13 declara que el Espíritu Santo lo ha hecho eficaz en el corazón y la vida de cada uno de sus hijos. “Porque así como el cuerpo es uno, y tiene muchos miembros, pero los miembros del cuerpo, siendo muchos, son un solo cuerpo, así también Cristo. Porque por un solo Espíritu fuimos bautizados en un cuerpo, sean judíos o griegos, sean esclavos o libres; y a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu”. Lo diremos en palabras sencillas: “los que hemos sido salvos hemos sido bautizados en (o colocados) en un mismo cuerpo, y ese cuerpo es Cristo. Por lo tanto, vemos que estamos unidos a Cristo, quien es la “cabeza sobre todas las cosas a la iglesia, la cual es su cuerpo, la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo” (Efesios 1:22, 23).

Romanos 7:14 habla de esta unión del creyente con Cristo como una unión matrimonial: “Así también vosotros, hermanos míos, habéis muerto a la ley mediante el cuerpo de Cristo, para que seáis de otro, del que resucitó de los muertos, a fin de que llevemos fruto para Dios”. ¡Qué hermoso — desposados con Cristo — entregados a él en el lazo de la unión matrimonial espiritual, porque nos hemos unido en esa unión inseparable del amor! Habiéndonos unido a Cristo en la unión santa del amor espiritual, habiéndole prometido nuestra lealtad para este tiempo y para la eternidad, habiéndolo aceptado para siempre, renunciando a todos los demás amores para aferrarnos a él toda la vida, ¿cómo podríamos pensar en un adulterio espiritual, y mucho menos, practicarlo? Él se ha ganado nuestro corazón con todos los regalos de su amor a nuestra alma. Sí, nos preserva por su obra continua como sumo sacerdote dentro del velo y su Espíritu que mora en nosotros. Y tenemos su promesa que viene para recibirnos para sí, para que donde él esté estemos también nosotros por toda la eternidad.

En vista de todo esto, pregunto: ¿Cómo podría yo abandonarlo a él o él a mí para volver yo al dominio del pecado? ¡Jamás! Él ha prometido guardarme hasta el fin sin mancha ni arruga, y guardarme sin caída delante del Padre celestial (Judas 24), quien me escogió para ser la esposa de su Hijo por la eternidad. Y esto para mí, es razón para cantar con gozo mis alabanzas a él, porque su Palabra me asegura que ahora ha redimido mi alma eterna de la fosa del infierno, me ha librado del cautiverio de Satanás y me guardará para siempre. ¡Nunca me dejará separarme de él! ¿Cómo? Por medio de su amor y su poder que me constriñen.

Ejemplos

Sucede lo mismo en la vida humana. Si uno ama a su esposa, no tiene necesidad de otra. Si ha abandonado a todas las demás por ella, entonces hay satisfacción y contentamiento, y esto hasta la muerte. Ahora bien, tal como el amor auténtico mantiene juntos al marido y a la esposa y los mantiene mutuamente fieles, así también en las realidades espirituales, el amor auténtico a Cristo nos mantiene fieles a él en ese voto matrimonial tomado en la salvación.

“Honroso sea en todos el matrimonio, y el lecho sin mancilla; pero a los fornicarios y a los adúlteros los juzgará Dios” (Hebreos 13:4). Si eso es cierto en la vida humana, podemos estar muy seguros de que también es muy cierto en la vida espiritual. Santiago 4:4 dice: “¡Oh almas adúlteras! ¿No sabéis que la amistad del mundo es enemistad contra Dios? Cualquiera, pues, que quiera ser amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios”. Efectivamente, Dios juzgará a los adúlteros que profesan estar desposados con Cristo y prostituyen su amor en la lascivia del pecado. Lo que Dios está afirmando es que ¡no eres salvo si vives en el pecado! ¡Eres su enemigo y vives bajo su ira!

Los siguientes versículos puntualizan nuestra unión con Cristo: “¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo?” (1 Corintios 6:15). “Porque somos miembros de su cuerpo, de su carne y de sus huesos” (Efesios 5:30). Luego, en 1 Corintios 6:15 tenemos la pregunta: “¿Quitaré, pues, los miembros de Cristo y los haré miembros de una ramera?” y sigue la respuesta: “De ningún modo”.¡Ni se les ocurra! ¿Por qué? Porque hemos sido comprados por precio. No nos pertenecemos a nosotros mismos, sino a otro, a Jesucristo, nuestra cabeza y nuestro esposo.

En 1 Corintios 6:17 vemos que el hijo de Dios tiene una unidad de espíritu con Cristo, por lo tanto, no hará del pecado una práctica de su vida. En Romanos 8:35 vemos que el que es hijo de Dios tiene el amor de Cristo, por lo tanto no hará del pecado una práctica de su vida. O, como nos dice 2 Corintios 5:14: “El amor de Cristo nos constriñe” –nos sostiene. Y en Colosenses 3:4 está escrito que el hijo de Dios tiene la misma vida de Cristo en él, por lo tanto, no hará del pecado una práctica de su vida. Por último, vemos en Colosenses 2:10: “Y vosotros estáis completos en él”. El hijo de Dios está completo en Cristo, y no tiene necesidad de ningún otro, ni de ninguna otra cosa para tener gozo, felicidad, contentamiento y satisfacción mientras espera a su Amado del cielo, y, por lo tanto, no va a hacer del pecado una práctica de su vida.

Efectivamente, la Biblia está llena de razones por las que el auténtico hijo de Dios no va a hacer del pecado una práctica: está desposado con Cristo, y por lo tanto, está ligado por la ley del amor y del matrimonio. Está en Cristo, y, por lo tanto, tiene la mente de Cristo, tiene el Espíritu de Cristo, tiene el amor de Cristo, y aun la misma vida de Cristo dentro de él por medio del Espíritu Santo.

Aplicación

¡Gloria, aleluya y alabado sea nuestro Señor resucitado porque nos ha dado semejante evangelio, semejante redención, semejante liberación! ¡Un evangelio que nos libera en Cristo Jesús para andar en la luz! Él nos hizo sentar en los lugares celestiales en él mismo para que tengamos comunión con nuestro trino Dios en Cristo Jesús nuestro Señor. ¡Sí, este verdadero evangelio de la gracia de Dios en Cristo Jesús permite vivir en el cielo mientras estamos todavía en la tierra!

¿Conoces este evangelio que libera al hombre de la ley del pecado y la muerte? ¿Has sentido alguna vez la obra del Espíritu Santo en tu corazón para convencerte del pecado, la justicia y del juicio venidero? ¿Nunca te ha presentado delante de ti tus pecados para mostrarte tu condición culpable ante Dios? ¿Nunca te ha enseñado el Espíritu Santo tu condición verdadera, que vives engañado, que tu corazón es engañoso por sobre todas las cosas y desesperadamente perverso? ¿Puedes recordar la convicción del Espíritu Santo, y cómo te postraste a los pies de Dios con un arrepentimiento auténtico, con aborrecimiento por tus pecados y un anhelo de santidad y justicia, un anhelo de ser librado del castigo y del poder del pecado y de la ira de Dios? ¿Puedes recordar cuando escuchaste el evangelio de la gracia de Dios, esas buenas nuevas de salvación y liberación en Cristo? ¿Te has acercado a él con fe, esa fe que el Espíritu Santo da para que le confíes tu alma eterna para este tiempo y para la eternidad?